SOÑÉ UNA mujer de puño y telaraña que había nacido mineral a los treinta años, con el cerebro de granito y el intestino duro de haber digerido tantas cadenas. Ella no tenía piernas, tenía ruedas; no respiraba, rugía; no comía, tragaba, y era más realista que las efigies de criminales que se acuñan en las monedas. Era como las flores guerreras o las moscas salvajes, y se reía de los ojos demasiado asustados para sostener su mirada. De madrugada cantaba pensando en sus próximas víctimas. Cuando aullaba, hasta los caballos se escondían debajo de la paja.